Besos virtuales eran los de antes

Un amigo me cuenta que al entrar al sitio Facebook de una amiga, ve que uno de sus contactos (exactamente un hombre) le había mandado un beso virtual. Y ella, conmovida ante tal acto de expresividad amorosa quiso mostrar el ósculo virtual a todo aquel que pasara por su página. Ahí volví a notar que el tiempo había pasado y las costumbres también. Décadas atrás, este tipo de mensajes sólo lo hacían las señoritas en pleno uso de su anatomía, de su lapiz labial y hasta utilizando algún papel de carta perfumado. Los hombres destinatarios de esas huellas labiales, que testimoniaban encuentros anteriores y auguraban futuros, solían atesorarlas en medio de las páginas de algún libro, en el cajón de la mesita de luz o en la caja de zapatos convertida en arcón de cartas. Rara vez se mostraban a otro amigo y eran tan íntimas como las pasiones que sobrevienen a un beso.

Indice de calentura

Tomando un café (sí, un café común y no esos que vienen en jarrito) en una coqueta heladería de Libertador, D. me cuenta que su termostato es muy sensible. Y me comienza a describir situaciones en las cuales la aguja se ponía casi a pleno.

Obviamente no faltaban en su descripción aquellos momentos en los que compartió una pileta de natación, el mar o un arroyito de Córdoba con una o más bañistas que ostentaban trajes de baño muy provocativos.

Pero el punto máximo de su termostato (ese en el cual parece que va a estallar) se establece en los casamientos (esa ceremonia y comilona en la que dos personas se juran amor eterno). "Me enloquecen todas, me vuelvo loco por todas, no le hago asco ni al peor bagayo que vea. Es que están todas tan bien producidas, felices e ilusionadas que me calientan todas". ¿Fetichista yo?, concluyó mi amigo.

El choripán más rico de mi vida

Mirá, más allá de que vos seas buen parrillero, los mejores choripanes son los de la Costanera. No, para nada -dijo otro-, no coincido, los mejores son los de la cancha. Y allí empezó la discusión; claro, entremezclada con mordiscos del embutido en cuestión.

En medio de la disputa por el "Chori de Oro", uno de los comensales áportó la siguiente historia para justificar su elección. "Resulta, que después de 14 años de casado, y ya separado, me invitaron a la cancha de Boca (partido por la Libertadores). Antes de entrar a la Bombonera, C. me invitó a comer un chori que, no les miento, abierto era como un churrasco".

"Subiendo los escalones de la tribuna y con el chori a medio comer, comencé a experimentar una sensación de plenitud. En ese momento, llamé a mi "ex" con la excusa de hablar con los chicos y, como quien no quiere la cosa (de pasadita, digamos) le dije que estaba comiendo el mejor chori de mi vida, en libertad, en la cancha de Boca. Y ahí entendí que lo peor ya había pasado, que la vida volvía a tener otro gusto."

Disculpe señora, usted me confunde

Me contaba el amigo E. una historia que una vez le contó su suegra. El relato trataba sobre un pariente de ella muy afecto a "los burros" y a "las yeguas".

Sobre el hombre -llamado C.- recaían diferentes sospechas de su mujer que lo imaginaban engañándola en diferentes ocasiones. Pero la mayor se presentaba cuando C. decía que iba al hipódromo con los muchachos.

Un día, la mujer lo siguió. Y de lejos advirtió que su marido se besaba cariñosamente con una rubia a la que le pasó el brazo para enfilar hacia el templo de los caballos veloces.

Ofendida, pero no sorprendida, la mujer lo esperó pacientemente en la puerta por la cual creía que iba a salir. Y así fue. El hombre apareció enroscado a la rubia.

La mujer lo paró y le dijo "C. ¿qué hacés?", a lo que el hombre rápidamente le respondió "disculpe señora, yo no soy C., usted me confunde".

Dejá que lleve un par de porroncitos

Parado frente a una góndola de cervezas en el supermercado, miraba qué tipo y marca podía llevarme a casa. Mis dudas pasaban por nacionales e importadas, negras o rubias y, claro está, por el precio.

En eso llega un muchacho que también se pone a ver y, seguramente, a pensar en cosas similares. Y cuando él se encontraba en esta etapa, yo ya había comenzado a bajar un par de porroncitos al changuito.

Un par de minutos después una chica se detiene junto a nosotros y le dice al muchacho "gordo, dale, vamos". A lo que el muchacho le responde-implora "dejá que llevo un par, es un gustito". La sentencia de la fémina fue inmediata: "no vinimos al súper a buscar eso, dale, vamos".

El "gordo" (apelativo cariñoso que no se relacionaba con su aspecto físico) me miró, puso cara de "y bueno, qué otra me queda" y se fue detrás de su "amorcito", "bichi" o como la llame.

Debo admitir que durante la escena tuve que reprimir las ganas de decir "dejá que lleve un par; es un gustito, como dice él; mirá que por varias cositas como estas se comienza a pudrir más de una relación". Y bueno, eso paso hace varios años y ya no voy a ese supermercado. Vaya a saber uno cómo anda la parejita.

Si no soy para vos ¿puedo ir con una amiga?

Primera cita, casi a ciegas. El antecedente fueron unos intercambios de email, por parte del caballero, y unas fotografías. La chica se anima a salir, con la promesa de que es sólo una cena, ida y vuelta, por las dudas.

El impacto visual, aunque un poco negativo, fue lo de menos. El problema es cuando el muchacho empezó a abrir la boca y la quiso llevar a cenar a un lugar "copado". Ruta, Pilar, El ShowCenter de Pilar...... La Caballeriza o algo así. ¿Eso un lugar copado?

Segundo problema, el no fuma, ella sí. El prefiere ir a un sector de fumadores, prefiere no tomar vino, prefiere pedir papas fritas...... la conversación va tomando rumbo incierto, cero coincidencia, la música de él es incompatible con la de ella...

La sensación de I. (la amiga que manda esta historia) es "por qué no me quedé en casa". El, no quiere terminar la cita y empieza a pasear con el auto, la hace larga hasta que por fin la lleva a destino.

Al otro día, 12 del mediodía, él le manda un mensaje de texto diciendo que le había escrito un mail. En el mail, se disculpaba por insistir pero quería saber qué le había parecido a ella la salida. Semejante ansiedad terminó por confirmar que hubiera sido mejor quedarse en casa con su perro.

Ante la negativa, el flaco insistió por qué no.... las explicaciones estaban de más, pero él insistía: "te parecí feo? y si no soy para vos, dirías que soy un buen partido para una amiga? porque tengo auto, trabajo, soy joven...." Todo terminó con un silencio eterno.

Te abro la puerta

Un amigo me contaba el otro día, mientras degustábamos un buen asado rociado de vino tinto, que tener auto le permitía mostrar una serie de gestos de caballero que siempre habían causado buena impresión en las señoritas.

Se refería, claro está, a la acción de abrir primero la puerta de la dama antes que la propia; de exhibir un auto que, más allá del año y modelo, luciera pulcro. Y también aclaraba, entre otros detalles, que tenía mucho que ver la forma de conducir.

Como el almuerzo no era de a dos, otro de los amigos de la ronda aportó su punto de vista, teñido a esa altura del partido, de las influencias tintas. F. aclaró que esas ocasiones también servían para revelar la actitud de la dama. Y ejemplificó diciendo que las más "gauchitas", después de abrirles y cerrar su puerta, levantan el seguro de la puerta del conductor para que el hombre no tenga que abrirla desde afuera.

La teoría de F. cayó en forma inmediata por el piso cuendo J., sin contemplación alguna, le dijo: eso no existe cuando tenés un auto con cierre y apertura centralizados de puertas.

Una vez más, y a medida que avanza la tecnología, se pierden pequeños gestos y actitudes que antes formaban parte de guiños muy certeros.

Caballeros sin memoria, pero no tanto

El otro día, en medio de una charla con hombres y mujeres, uno de los participantes tiró la vieja frase "un caballero no tiene memoria", refiriéndose a que nunca se debe recordar -y menos en público- sus experiencias amorosas. Y jamás, dar detalles.

Todos asintieron menos una de las chicas que después de su silencio se explicó que no había que ser tan taxativo. Que los hombres deben ser muy memoriosos y que la memoria debe ser inteligente. Y bla, bla, bla.

Ante los argumentos expuestos, uno de los participantes le dijo que semejante grado de configuración de memoria le parecía mucho, al menos para él. Y después le preguntó por qué pretendía tanto de la memoria de un hombre.

La respuesta fue muy contundente: yo no sé si varios de los hombres con los que salí son tan caballeros pero que no me saluden cuando me ven, me parece demasiado.

Imágenes paganas



Un amigo me comentaba telefónicamente que hay costumbres argentinas que se están perdiendo. Obviamente le pedí detalles y ejemplos que no tardó en aportarme. Me decía que no sólo que las panaderías ya no tenían el horno tradicional y ahora cocinaban esos panes insípidos sino que tampoco entregan, igual que el carnicero y verdulero, los típicos almanaques con gatitos y perritos.

Otra de las costumbres que según él están en retroceso es la de colgar almanaques de mujeres en las gomerías. La causa, según J., se debe a que cada vez más son las mujeres que manejan y que, por lo tanto, de vez en cuando van a la gomería. Entonces, imágenes como esas, podrían incomodarlas.

Más allá que la teoría de mi amigo fuera o no correcta, aporto una foto (tomada el 31 de agosto de 2007) que ofrece un testimonio que podrá generar diferentes sensaciones -nostalgia, asco, ternura, vergüenza- pero que a mí, particularmente, me genera la nostalgia de recordar lugares que alguna vez recorrí y hoy volví a encontrar. ¿Será porque hace tiempo que no pinchaba?

Un príncipe y un pony

La misma amiga de "Me hice pasar por cabaretera" nos cuenta cómo su ex novio pretendió reconquistarla utilizando toda la cretividad disponible.

Av. Patricios y Suárez (barrio porteño de La Boca), viernes alrededor de las 9 de la noche. Talán, talín (suena el portero eléctrico)y L. sintoniza el canal de video que muestra la puerta de su edificio. Como la imagen no es muy nítida, se acerca a la pantalla y ve algo que se parece a un travesti tironeando de una correa que, en su extremo, arrastra a un caballito.

L. atiende por el portero eléctrico y el anteriormente considerado travesti le comenta que se trata de un príncipe que trae una poesía y un ramo de rosas de parte de D. La chica le dice que no baja de ninguna manera. El príncipe le insiste, la corre por el lado de "flaca, soy un laburante que me gano la vida de esto" y la convence.

Al llegar a la puerta se encuentra con un hombre muy mayor, con calzas azules ajustadas, chaqueta con brillantes y una ordinaria peluca rubia. Pero como si esto fuera poco, el tipo está acompañado por un pony mugroso y pachorriento.

A todo esto, la escena ya no era privada. Varios deliverys que habían concurrido por diferentes necesidades al edificio (de 72 departamentos, lo que se dice un palomar) funcionaban como espectadores de la comedia que culminó con el recitado del poema que había escrito D.

Lo peor, cuenta L., es que D. la llamó para preguntarle si le había gustado la sorpresa, le comentó cuánto había gastado y le confesó que había elegido al príncipe más viejo por temor a que ella pudiera enamorarse del emisario. Y a partir de allí no hablaron nunca más

El engaño que terminó en vergüenza

Un amigo me acercó está historia que, a su vez, a él se la contó su madre. La anécdota transcurrió hace muchos años en el barrio porteño de Boedo (en la inmediaciones de Pavón y Maza) y relata la acción de un marido engañado.

El hombre llega a su casa y descubre a su mujer compartiendo cama e instintos con un tipo. Despechado, busca el revólver, encañona a los amantes y les advierte que si no se quedan como Dios los trajo al mundo, él los manda al infierno.

Con el "fierro" en la mano y la parejita en la cama, el engañado comenzó a llamar a los gritos a su vecina. Cuando llegó la señora, le pidió que presenciara el cuadro de adulterio y además la conminó a convocar a otros vecinos de la cuadra para que hicieran lo mismo.

Después de que los vecinos desfilaran por el dormitorio de "la chanchada", el "corneado" envolvió a los "puercos" en una sábana y los llevó caminando a la comisaria. Allí, entre pitos y barrotes, los terminaron de abotonar.

Me hice pasar por cabaretera

Una amiga, que le revisaba los mails a su novio, se enteró de la infidelidad del muchacho con una "mujer de la noche" y decidió darle un terrible ciberescarmiento.

"Después de leer los mails que se mandaba con una cabaretera (en los que no se ahorraban detalles lujuriosos) decidí abrir una cuenta de correo electrónico similar a la que usaba la mujer, pero de otro proveedor de webmail.

"Simulando ser la `atorranta` y convirtiendo mi odio en creatividad, comencé a escribir haciéndole una serie de propuestas que, como mínimo, implicaban saltos desde el armario y sábanas en llamas."

"El mail finalizaba con la frase `llamame al 4xxx-xxxx`, mi propio número de teléfono (no el del gato). Y también incluía la posdata: `H. de P., devolveme todos los libros que te llevaste`."

Respeto tu independencia, pagá tu parte

La misma amiga que me contó la historia Mañana vengo por más, volvió a insistir con otro relato en el que quisieron aprovecharse de ella.

Esta vez, un tipo la invitó a tomar un café en un bar de Av. Corrientes (la chica es reincidente con la zona) y, ya sentados en la mesa, comenzaron a notarse diferencias de estilos entre ellos. Mientras el muchacho se horrorizaba de que L. viviese sola y fuera tan independiente a pesar de su corta edad (23), ella no entendía como "semejante" hombre de 29 años todavía siguiese en la casa de sus padres.

Con pocos ganas de seguir compartiendo temas (y desilusiones sobre la otra persona), decidieron pedir la cuenta. Y allí fue cuando el muchacho pretendió rematar el encuentro con la frase: "para que veas que respeto tu independencia, dejo que pagues tu parte".

Ante semejante acto de estupidez, L. (fiel a su estilo) se levantó de la silla y, antes de enfilar para la puerta, dejó sobre la mesa una cantidad de billetes suficientes para pagar la cuenta completa. Después de todo, con un tipo así no había nada que compartir y menos que agradecer.

Dos razones para no olvidarla

Hablando con un amigo por MSN, me cuenta una situación que, palabras más o menos, nos pasó o puede pasar a más de uno. A continuación, va la transcripción de la charla.

F dice:
Tengo una módica para "melocontounamigo". Hoy fui a un evento y se me acerca una chica, que no conocía, de la empresa organizadora. En realidad sí la conocía pero no recordaba de dónde. Porque soy medio lerdo para reconocer caras. Pero esa delantera.... en fin, era inolvidable.

F dice:
Entonces le digo "yo a vos te conozco". Y ella me dice "mmmm que sí", "mmmm que puede ser". Finalmente resultó ser de la Facultad

F dice:
"uuuuhhhhh yo era una niña en esa época (la de la facultad)" "¿como me reconociste?". Te imaginás que no le podía decir que en esa época se jugaba el mundial de Estados Unidos y cuando la veía venir me acordaba de Caniggia y Batistuta.

F dice:
Obviamente le mentí y dije que recordaba su cara. No podía decirle, trece años después, las otras dos razones para no olvidarla.

Mañana vengo por más

Una vez me enganché a un actor que trabajaba en barsucho de la Avenida Corrientes. Durante dos semanas el hombre no intentó ninguna historia de alcoba. Recién al tercer sábado fuimos a un refugio de amantes. Era en la zona de Once y costaba 15 pesos.

A los 5 minutos de haber entrado el actor terminó rápidamente con su función y, acto seguido, comenzó a gemir de dolor pero acusando un dolor de muelas. O sea, se bajó el telón, me quedé con la obra inconclusa y terminé acompañándolo a un servicio de urgencia odontológica.

Finalmente, y como nunca tenía un mango o le faltaba alguna moneda, le tuve que prestar 70 pesos para los remedios. Me lo agradeció y prometió volver para darme lo que me correspondía (la plata, claro; de lo otro ya no tenía ilusiones). Demás está decir que nunca apareció.

En el verano, caminando por la San Martín de Mar del Plata, lo encontré haciendo una función callejera. Llegado el entreacto le dije: "dame lo que me debés o empiezo a gritar". "Mirá, ahora no tengo", me respondió. Ahí me enfurecí y le contesté: "bueno, entonces dame todo lo que tenés en la gorra" (treinta y pico de pesos) y mañana vengo por más". Cosa que nunca hice porque ya no hacía falta.

Yo te banco, Mariano Martínez

Ofuscado por el quilombo de mujeres en el que se encuentra metido Mariano Martínez (ver Minutouno.com), un amigo me acercó las siguientes reflexiones:

- Lo banco a Mariano Martínez.
- Me encantaría tener esos problemas.
- Después de abrevar en semejantes oasis, no me importa que me acusen de "poco hombre".
- Es más, con esos manjares en la historia, quedarían pocas mujeres por mirar y entonces...
- Quiero anotarme en su club de fans. Total, con "rascar el fondo de olla" de lo que deja el pibe, no paso hambre durante meses.

N. de la R.: hay otros que también no se privaron de manifestar su aguante a Sergio Denis. Ver sergiotebanco.blogspot.com

El sueño del pibe



En esta entrevista, Eugenia Ritó cuenta que una vez le regaló una de sus bombachas al chico del delivery.

Habrá que verificar si aquel motociclista que se llevó puesto un colectivo, y que en vez de casco llevaba una tanguita como vincha, no era el mismo al que hacía referencia la vedette.

¿Hay que dejarlas pasar primero?

Hace tiempo que vengo filosofando acerca de "dejar pasar o no a las mujeres primero", ya sea en un transporte público o en un fila. Tamaña reflexión llega después de una educación orientada hacia los gestos de caballero pero con muchas experiencias mal agradecidas.

Cuando hablo de mal agradecidas me refiero a que interpreto que un "gesto de caballero" debe ser respondido con un "gesto de gentileza". Porque no se trata de un derecho adquirido de la mujer, porque no hay ningún cartel en la parada del colectivo o en las colas que diga "primero las mujeres". Porque por ahora no estoy dispuesto al abandono de mi condición de caballero. Pero por otra parte no quiero que me traten como a un poste.

Entonces, con esta carga sobre mi psiquis me sigo haciendo la misma pregunta: ¿Hay que dejarlas pasar primero? Por favor, hombres y mujeres, arrimen sus respuestas.

No sabía dónde meterse

"Che, ¡que cara que tenés! ¡estás hecho pelota!", le dije a mi compañero de clase. El pibe, sin abandonar su imagen de filtrado, dejó escapar una sonrisa y a continuación comenzó a describir un fin de semana de lujuria con su chica. No se le escapaban detalles, lugares, figuras y hasta comentarios de lencería.

Ya confidente de sus hazañas, W. me mantenía al tanto de sus actividades. Recreos y clases tediosas eran el momento adecuado para ese fin. Siempre había algo nuevo pero la chica seguía siendo la misma.

Tiempo después, voy al cumpleaños de una compañera de trabajo. Llegó hasta su casa, toco el portero eléctrico, subo hasta su departamento y cuando me abren la puerta casi se me caen las botellas de cerveza que había comprado en lo del chino.

Jamás imaginé que W. iba a abrirme la puerta. Y nunca pensé que la chica de la cual él me había descripto hasta sus caries era mi compañera de trabajo. Pobre W., no sabía dónde meterse

Parada en la parada

Conocí a un tipo por chat. Quedamos en encontrarnos por Avenida Corrientes. Y así fue. Pero lo que no fue es lo que yo esperaba de él. Si bien no me lo imaginaba como un Adonis, lo peor de todo es que nunca lo había pensado como un plomazo.

Después de aguantarlo durante la cena, y mientras tomábamos el café, le dije que quería irme a mi casa y que lo acompañaba a tomar el colectivo (sí, yo lo acompañaba a él) porque tenía pensado irme en taxi sola.

Cuando estábamos en la parada el tipo terminó de mostrar toda su estampa. Ni bien apareció el 24, levantó la mano, me dejó un beso en la mejilla y, mientras se agarraba del pasamanos, dijo "¡hablamos...!". Y yo me quedé sola como una... esperando el taxi y tal vez, el día de mañana, a un caballero.