Disculpe señora, usted me confunde

Me contaba el amigo E. una historia que una vez le contó su suegra. El relato trataba sobre un pariente de ella muy afecto a "los burros" y a "las yeguas".

Sobre el hombre -llamado C.- recaían diferentes sospechas de su mujer que lo imaginaban engañándola en diferentes ocasiones. Pero la mayor se presentaba cuando C. decía que iba al hipódromo con los muchachos.

Un día, la mujer lo siguió. Y de lejos advirtió que su marido se besaba cariñosamente con una rubia a la que le pasó el brazo para enfilar hacia el templo de los caballos veloces.

Ofendida, pero no sorprendida, la mujer lo esperó pacientemente en la puerta por la cual creía que iba a salir. Y así fue. El hombre apareció enroscado a la rubia.

La mujer lo paró y le dijo "C. ¿qué hacés?", a lo que el hombre rápidamente le respondió "disculpe señora, yo no soy C., usted me confunde".

Dejá que lleve un par de porroncitos

Parado frente a una góndola de cervezas en el supermercado, miraba qué tipo y marca podía llevarme a casa. Mis dudas pasaban por nacionales e importadas, negras o rubias y, claro está, por el precio.

En eso llega un muchacho que también se pone a ver y, seguramente, a pensar en cosas similares. Y cuando él se encontraba en esta etapa, yo ya había comenzado a bajar un par de porroncitos al changuito.

Un par de minutos después una chica se detiene junto a nosotros y le dice al muchacho "gordo, dale, vamos". A lo que el muchacho le responde-implora "dejá que llevo un par, es un gustito". La sentencia de la fémina fue inmediata: "no vinimos al súper a buscar eso, dale, vamos".

El "gordo" (apelativo cariñoso que no se relacionaba con su aspecto físico) me miró, puso cara de "y bueno, qué otra me queda" y se fue detrás de su "amorcito", "bichi" o como la llame.

Debo admitir que durante la escena tuve que reprimir las ganas de decir "dejá que lleve un par; es un gustito, como dice él; mirá que por varias cositas como estas se comienza a pudrir más de una relación". Y bueno, eso paso hace varios años y ya no voy a ese supermercado. Vaya a saber uno cómo anda la parejita.

Si no soy para vos ¿puedo ir con una amiga?

Primera cita, casi a ciegas. El antecedente fueron unos intercambios de email, por parte del caballero, y unas fotografías. La chica se anima a salir, con la promesa de que es sólo una cena, ida y vuelta, por las dudas.

El impacto visual, aunque un poco negativo, fue lo de menos. El problema es cuando el muchacho empezó a abrir la boca y la quiso llevar a cenar a un lugar "copado". Ruta, Pilar, El ShowCenter de Pilar...... La Caballeriza o algo así. ¿Eso un lugar copado?

Segundo problema, el no fuma, ella sí. El prefiere ir a un sector de fumadores, prefiere no tomar vino, prefiere pedir papas fritas...... la conversación va tomando rumbo incierto, cero coincidencia, la música de él es incompatible con la de ella...

La sensación de I. (la amiga que manda esta historia) es "por qué no me quedé en casa". El, no quiere terminar la cita y empieza a pasear con el auto, la hace larga hasta que por fin la lleva a destino.

Al otro día, 12 del mediodía, él le manda un mensaje de texto diciendo que le había escrito un mail. En el mail, se disculpaba por insistir pero quería saber qué le había parecido a ella la salida. Semejante ansiedad terminó por confirmar que hubiera sido mejor quedarse en casa con su perro.

Ante la negativa, el flaco insistió por qué no.... las explicaciones estaban de más, pero él insistía: "te parecí feo? y si no soy para vos, dirías que soy un buen partido para una amiga? porque tengo auto, trabajo, soy joven...." Todo terminó con un silencio eterno.

Te abro la puerta

Un amigo me contaba el otro día, mientras degustábamos un buen asado rociado de vino tinto, que tener auto le permitía mostrar una serie de gestos de caballero que siempre habían causado buena impresión en las señoritas.

Se refería, claro está, a la acción de abrir primero la puerta de la dama antes que la propia; de exhibir un auto que, más allá del año y modelo, luciera pulcro. Y también aclaraba, entre otros detalles, que tenía mucho que ver la forma de conducir.

Como el almuerzo no era de a dos, otro de los amigos de la ronda aportó su punto de vista, teñido a esa altura del partido, de las influencias tintas. F. aclaró que esas ocasiones también servían para revelar la actitud de la dama. Y ejemplificó diciendo que las más "gauchitas", después de abrirles y cerrar su puerta, levantan el seguro de la puerta del conductor para que el hombre no tenga que abrirla desde afuera.

La teoría de F. cayó en forma inmediata por el piso cuendo J., sin contemplación alguna, le dijo: eso no existe cuando tenés un auto con cierre y apertura centralizados de puertas.

Una vez más, y a medida que avanza la tecnología, se pierden pequeños gestos y actitudes que antes formaban parte de guiños muy certeros.

Caballeros sin memoria, pero no tanto

El otro día, en medio de una charla con hombres y mujeres, uno de los participantes tiró la vieja frase "un caballero no tiene memoria", refiriéndose a que nunca se debe recordar -y menos en público- sus experiencias amorosas. Y jamás, dar detalles.

Todos asintieron menos una de las chicas que después de su silencio se explicó que no había que ser tan taxativo. Que los hombres deben ser muy memoriosos y que la memoria debe ser inteligente. Y bla, bla, bla.

Ante los argumentos expuestos, uno de los participantes le dijo que semejante grado de configuración de memoria le parecía mucho, al menos para él. Y después le preguntó por qué pretendía tanto de la memoria de un hombre.

La respuesta fue muy contundente: yo no sé si varios de los hombres con los que salí son tan caballeros pero que no me saluden cuando me ven, me parece demasiado.