Tomando un café (sí, un café común y no esos que vienen en jarrito) en una coqueta heladería de Libertador, D. me cuenta que su termostato es muy sensible. Y me comienza a describir situaciones en las cuales la aguja se ponía casi a pleno.
Obviamente no faltaban en su descripción aquellos momentos en los que compartió una pileta de natación, el mar o un arroyito de Córdoba con una o más bañistas que ostentaban trajes de baño muy provocativos.
Pero el punto máximo de su termostato (ese en el cual parece que va a estallar) se establece en los casamientos (esa ceremonia y comilona en la que dos personas se juran amor eterno). "Me enloquecen todas, me vuelvo loco por todas, no le hago asco ni al peor bagayo que vea. Es que están todas tan bien producidas, felices e ilusionadas que me calientan todas". ¿Fetichista yo?, concluyó mi amigo.
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